sábado, 28 de julio de 2012

Pan para éstos...


29 de julio, 17º domingo ordinario
«¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?»
Leo y releo el texto de este evangelio.
Después de tantos años de ir a misa como que ya me he acostumbrado a los "milagros" de Jesús. Ya no nos admira, ya no nos asombra...
Es natural, nos decimos. Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y puede hacerlo... Así, sólo con las palabras de acción de gracias...
Lo que ocurre es que lo que fue un comentario de los que escribieron el evangelio, la presentación de un "milagro" tan maravilloso para tanta gente necesitada y hambrienta, tenía que significar el "reconocimiento" de Jesús como el Mesías esperado, el verdadero, el enviado de Dios, el que nos iba a resolver nuestros problemas...
Supongo que los sabios y doctores de la iglesia lo tienen difícil a la hora de explicar todas estas cosas y probablemente no saben bien cómo presentarlo: como los grandes poderes de Jesús, como prueba de que era el Mesías, como signo de que es el que tenía que venir y el que nos salva...?
Puede que todo eso esté muy bien; pero, nuevamente, prefiero centrarme en lo que (al menos para mí) es su mensaje central, su buena noticia, su visión del mundo y de la humanidad tomada desde abajo, desde los más pobres, desde los despreciados y oprimidos.
Porque en ese mensaje que da sentido a toda su vida, a su entrega hasta la muerte, nos habla claramente de que lo importante y lo que tenemos que buscar es el "reino de Dios". Y cuando lo dice está haciendo referencia a la "humanidad", a personas de carne y hueso, a nuestro modo de vida aquí y ahora. No está exigiendo todo el código de mandamientos y preceptos que tenía establecido el pueblo judío. No está hablando de lo que pueda pasar después de esta vida. No se rige por todos los ritos y ceremonias que "consagraban" a ciertas personas...
No, habla de personas, de su vida, de su hambre, de su desnudez, de su prisión, de su ignorancia, de su opresión, de su abandono... Y todos esos son los que están abajo del todo. Los inmigrantes, los ancianos abandonados, los que están en el paro de larga duración, los que pasan hambre (aquí o en otros países), los que sufren opresión y violencia, los engañados, los perseguidos, los que carecen de casa, de comida, de educación, de medicinas...
Y al gritar su mensaje añade: Si no sois capaces de atender a todos esos "mis hermanos"... no entraréis en el reino de Dios. Sencillamente "no os conozco".
A partir de ahí, la pregunta que hace hoy: "con qué compraremos panes para tanta gente..."? no es una pregunta retórica (aunque el comentario que hace el evangelio lo derive hacia el poder que tenía...). Pienso que era una preocupación real, que le dolía, que la sentía bien adentro. Porque conocía a su gente, sabía lo que sufrían.
Alguno dirá: No podemos hacer de la iglesia una "panadería"... No podemos resolver los problemas de todo el mundo... No tenemos solución a la crisis...
Cuando nos decimos eso, creo comenzamos a olvidar el mensaje central de la buena noticia de Jesús.
Yo no tengo solución a todo eso; pero sí tengo claro que si mi preocupación no la centro en ellos, en todos esos que citábamos, no entraré jamás en el reino de Dios. Y si en algún momento puedo hacerlo, proclamaré bien alto que sólo con una conversión verdadera, con ese "darse la vuelta" para mirar hacia abajo y acercarme a ellos, podré decirme discípulo de Jesús de Nazaret.
Y cuando veo, me informan o me dicen, de la actuación abusiva y contraria a este mensaje por parte de dirigentes, políticos, negociantes, sabios y doctores de la iglesia y otros parecidos..., sí que haré lo posible por decir lo que me parece el camino sencillo y verdadero de la propuesta de Jesús.
Porque si comenzamos a convertirnos... habrá pan para todos éstos, medicamentos para los enfermos, casas para los sin techo, ropa para vestir a tantos que no pueden hacerlo, trabajo para los que se encuentran sin nada, acogida para los que llegan de lejos buscando "vivir..." 
Y me uno a tantas personas que, en grupos grandes o pequeños, gritan y proclaman este mensaje.

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,1-15):
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.
Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.»
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?»
Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.»
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.»
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
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