18 de marzo 2012 - 4º domingo de Cuaresma
"Dios no mandó a su hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él..."
En estos últimos tiempos vengo experimentando como una necesidad de reconversión, de cambio de perspectiva y de planteamiento. Es como hacer una relectura del mensaje de Jesús de Nazaret...
Me ocurre, entonces, que explicaciones y comentarios que ya tenía como asumidos (tal vez a fuerza de escucharlos), siento como que no me sirven, que no responden al mensaje de Jesús.
Hoy, el comentario que presenta Juan, como conversación de Jesús con Nicodemo, me obliga a revisar algo que he venido escuchando a lo largo de mi vida: Dios quiere que tengamos vida y que tengamos vida "eterna"...
Pues bien, en mis reflexiones y en mis oraciones (al menos hasta ahora) la creencia y la petición de "vida eterna" iban unidas a algo que se proyectaba en el futuro, en el más allá, en el otro mundo... Y mi vida como cristiano se veía enfocada en esa dirección. Es decir, mantenía como esa división: el cielo y la tierra, arriba y abajo, este mundo y el del más allá... Como que todo el esfuerzo era pasar por este mundo (rezando, orando, haciendo el bien, sufriendo, haciendo penitencia...) y tratar de alcanzar el cielo, la vida eterna, la recompensa que Dios tiene preparada para los "buenos".
Releo, pues, el texto de Juan: Y lo primero que me ha llamado la atención es, precisamente, esa palabra "vida eterna". Insiste en ella: "para que todo el que cree en él tenga vida eterna" y "tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna".
Y yo mismo reflexiono y hago memoria de lo que ya he leído en otro sitio. Cuando se dice "eterna" no estamos diciendo que tengamos una vida como ésta y que dure muchísimo tiempo... Entiendo mejor que se hace referencia a una vida "como la de Dios", con su estilo y manera. Y no se dice nada de que eso se nos dará después de la muerte, que no es un premio puesto allá al final... para que nos esforcemos.
Escucho, pues, a Jesús de Nazaret (a través de Juan) que me dice que si creo en su buena noticia, si me convierto a esa nueva manera de vivir, tendré vida a la manera de Dios. Podría decir que conectaré con Dios, nuestro padre, y comenzaré a tener su vida...
Además dice "que no ha venido a juzgar..." sino para que "se salven". Y eso es maravilloso. Porque cuántas veces (me incluyo, por supuesto) nos hemos convertido en jueces, en los dueños de la verdad y de la justicia... Y, puestos en el "lugar" de Dios, hemos condenado, hemos despreciado, hemos decidido quién es el bueno y el malo. Y, como iglesia, hemos sido autoritarios, dominantes, jueces que condenan e imponen penitencias, que catalogan, que ponen barreras y crean categorías.
"No lo envió para condenar..."
Todavía una cosa más. Estoy convencido de que cuando dice que ha venido para que "tengan vida..." no se está refiriendo a después de la muerte. Porque la vida que tenemos es ésta. Y lo más doloroso es ver y contemplar tantísimas personas que tienen una vida que casi no es vida, que subsisten, que tiene más de dolor y sufrimiento, de penalidades y violencias, de hambre y enfermedad... que de vida misma. Y Dios quiere que tengamos vida. Que, ya mismo, nos esforcemos para que tengan vida y una vida como Dios quiere... Y ahí viene el cambio, nuestra conversión. Comenzar a vivir al estilo de Dios para que la vida llegue a todos, para que sea verdad y no una pintura mal hecha llena de dolor y de males.
Y si intento vivir a su manera, Dios encontrará el modo de que nuestra vida se transforme al igual que la de aquellas personas que nos rodean.
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»
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