6 de noviembre 2011 - 32º domingo ordinario
Cuántas veces he escuchado este evangelio...
La boda. La preparación. Las doncellas, muchachas o chicas, que esperan al novio con sus lámparas (según la costumbre de aquellos tiempos de Jesús de Nazaret). El novio que se retrasa. El aceite de las lámparas que se acaba... Y como tarda, las muchachas que se van corriendo a comprar más aceite.
El novio que llega y no están. Luego... "Señor, Señor, ábrenos!"
Y esa respuesta que te da pena y te sobrecoge: "Os aseguro que no os conozco"...
Y en todos los sermones y explicaciones trataban de hallar un significado, algo oculto, como si se tratara de una clave que nos dijera claramente lo que Jesús quiso decir...
Influenciado por lo que nos decían, pensaba que se trataba de "tener fe", de "portarse bien", de "cumplir los mandamientos", de "rezar mucho"... Y me esforzaba en pedir todo eso. Que el Señor tuviera compasión de mí y no me dejara fuera, que me permitiera entrar en la boda.
Ahora que reflexiono, me parece que el mensaje de Jesús de Nazaret sólo tiene una clave: el reino de Dios. Nuestra conversión para vivir a su estilo (el de Dios). Y eso implica aceptar y asumir que se ha hecho carne entre nosotros. Que es en nuestra humanidad donde puedo tocarlo, atenderlo, cuidarlo, conseguir ese "aceite" para mi lámpara... y entrar con él en la boda del reino de Dios.
A veces me parece tan sencillo que cualquiera lo puede entender.
No necesitamos grandes estudios ni grandes conocimientos para captar todo eso. Las imágenes de las parábolas o cuentos que hace Jesús están tomadas de la vida corriente de la gente, de lo que hacían y vivían continuamente. Y los más sencillos y humildes lo entendían.
Ahora, nosotros nos hacemos los sabios e intelectuales y tratamos de buscar claves y explicaciones para hablar de religión, de fe, de mandamientos y demás.
Pero creo que no es nada de eso. Esa palabra final: "Os aseguro: no os conozco" viene a ser un estribillo que se repite en Jesús de Nazaret. Basta recordar cuando dice aquello de "muchos vendrán diciendo que han hecho milagros en mi nombre o que han predicado, etc. Os aseguro que no les conozco". O aquello de "no todo el que dice Señor, Señor... entrará en el reino de Dios". O cuando nos cuenta la escena del juicio final: "Venid, benditos de mi padre, porque tuve hambre..., sed..., estaba desnudo... y me cuidasteis". En cambio a los otros... "id, malditos, al fuego del infierno... porque no me atendisteis, ni me visitasteis, ni me cuidasteis..."
Y todo eso porque no supimos descubrirlo en los hermanos (en los más débiles de nuestra humanidad) en los que Dios se encarna... "Os aseguro que no os conozco".
Entiendo que ésa es la clave. Que no hay otra manera de entender el reino de Dios. De manera que o tenemos ese "aceite" en nuestra lámpara o no entramos en el reino.
Así que hoy mi gran deseo es abrir bien los ojos y el corazón a la humanidad doliente que nos rodea, a tantos hombres y mujeres que parecen faltos de todo: de comida, de aprecio, de estima, de respeto, de ropa, de atención... Gentes que viven cerca y gentes cuyo eco nos llega a través de las informaciones, de los medios de comunicación.
Y es que si no dejamos que nuestro corazón se llene de compasión y de ternura llegamos a mirar sin ver, tocamos sin sentir nada, y nuestra vida pierde humanidad... Nuestra lámpara se apaga y no tenemos aceite de repuesto... Y la súplica final resulta angustiosa y dolorosa: "Señor, señor, ábrenos".
Que no tengamos que oír la respuesta!
Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,1-13):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!” Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: “Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.” Pero las sensatas contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.” Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: “Señor, señor, ábrenos.” Pero él respondió: “Os lo aseguro: no os conozco.” Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»
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