21 de noviembre - 34º domingo del tiempo ordinario (Fiesta de Cristo Rey)
"Nuestra cruz"
La escena que nos cuenta Lucas la conocemos bien. Me llena de compasión; pero, al mismo tiempo, sé que termina en triunfo, que "hoy mismo estarás conmigo en el paraíso...". Jesús vence a la muerte y lo que decían como burla y desprecio se convierte en realidad: "Jesús, Rey". Y no sólo de los judíos, sino de todo el mundo.
Y la Fiesta de Cristo Rey que, en otros tiempos, parecía tan apropiada, hoy resulta como fuera de lugar... Porque ¿qué significa hoy en día ser rey? Algo así como nuestro rey Juan Carlos? ¿O como la reina Isabel II de Inglaterra? No, es otra cosa. No me parece que tenga nada que ver.
Con la cruz me sucede lo mismo. La cruz de los cristianos ya no significa lo mismo. En los primeros tiempos del cristianismo la misma palabra "cruz" infundía miedo y temor, significaba algo terrible, el peor sufrimiento, la muerte más cruel... El Imperio Romano sabía cómo aplastar a los que se oponían a sus normas y a sus leyes, a los que se rebelaban con su poder absoluto. Y Jesús fue una víctima más.
Hoy, nuestras cruces, mi cruz, es de adorno. La cruz se ha convertido en un colgante, en un amuleto, en un adorno, en algo que nos ponemos como complemento... O, tal vez, se ha convertido en un ídolo que adoramos, veneramos, nos inclinamos ante él, le rezamos, le pedimos, le rogamos...
Creo que hemos errado el camino. Ver y entender la cruz de Jesús (y la nuestra) es otra cosa. Es parte del camino de Jesús, parte de nuestro camino y de nuestra vida. Y sólo cuando abrimos los ojos a la realidad de tantas personas crucificadas, a tantos hombres y mujeres que arrastran su cruz, su opresión, su injusticia, su abandono y su olvido... es entonces cuando redescubro el verdadero sentido y significado de la cruz.
J.A.Pagola comentaba en Eclesalia lo siguiente: "Para los seguidores de Jesús, reivindicar la Cruz es acercarse servicialmente a los crucificados; introducir justicia donde se abusa de los indefensos; reclamar compasión donde sólo hay indiferencia ante los que sufren. Esto nos traerá conflictos, rechazo y sufrimiento. Será nuestra manera humilde de cargar con la Cruz de Cristo.
El teólogo católico Johann Baptist Metz viene insistiendo en el peligro de que la imagen del Crucificado nos esté ocultando el rostro de quienes viven hoy crucificados. En el cristianismo de los países del bienestar está ocurriendo, según él, un fenómeno muy grave: “La Cruz ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón; ha perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna responsabilidad, sino que descarga de ella”.
Entonces, tal y como indican estos dos teólogos, al quedarnos embobados mirando la cruz que adorna nuestras iglesias o nuestra habitación o nuestros colgantes, nos estamos alejando de la verdadera cruz, nos despistamos y nos alejamos del camino de Jesús. Y, únicamente, cuando nos fijamos en las personas crucificadas y nos acercamos a ellas aprendemos a cargar nuestra cruz y a unirnos a Jesús en su camino hacia el Padre, hacia la vida sin fin.
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