El reino de Dios está cerca
4 de diciembre 2022
Convertirse no es renunciar a nada ni hacer penitencia por nuestros pecados. Conversión (metanoia, en griego), en lenguaje bíblico, es cambiar de mentalidad.
Es el lema que nos da hoy el evangelio de Mateo. Seguramente es lo que más nos cuesta: Cambiar de mentalidad. Poner en nuestra mente y en nuestro corazón otro modo de pensar, otros objetivos, otra manera de actuar... Porque decir: Lo siento, perdona! O confesar que: Me he equivocado, ¡perdóname! Hasta ahí nos resulta más o menos fácil. Pero cambiar... Es como si dijéramos: Yo soy como soy. Mi manera, mis costumbres, mis aficiones. O sea, mi vida.
Como escribe José Antonio Pagola: -"Son muchas las personas que no son ni creyentes ni increyentes. Sencillamente se han instalado en una forma de vida en la que no puede aparecer la pregunta por el sentido último de la existencia."
El toque de atención que nos da el evangelio es precisamente para eso, para tomar conciencia de mi propia existencia, del sentido de mi vida, de lo que hago con ella...
Continúa la reflexión de J.A.Pagola: -"Cuando una persona vive volcada siempre hacia lo exterior, perdiéndose en las mil formas de evasión y divertimiento que ofrece esta sociedad, ¿puede encontrarse realmente consigo misma y preguntarse por su último destino?"
Y pensando en mí mismo, en los que nos acercamos regularmente a la iglesia y tratamos de vivir como seguidores de Jesús, la pregunta sería: ¿Qué debo hacer? ¿De qué me voy a convertir? Podríamos decir que nuestra práctica religiosa ya es una muestra de que nos vamos convirtiendo. Porque cumplimos lo que está mandado.
El cambio que nos pide el evangelio va mucho más allá de todas esas normas y prácticas.
Me ha llamado la atención el comentario de Fray Marcos: -"Ninguna religiosidad que no valore al hombre tendrá sentido. Somos propensos a dilucidar nuestra existencia relacionándonos directamente con Dios, pero se nos hace muy cuesta arriba el tener que salir del egoísmo y abrirnos a los demás. Nos cuesta aceptar que lo que me exige Dios (mi verdadero ser) es que cuide del otro. Sin pudiéramos escamotear esta exigencia, todos seríamos buenísimos."
Es muy posible que nuestras comunidades cristianas hayan perdido su atractivo porque están centradas en ellas mismas, en la Iglesia, en sus normas y ritos, olvidando ese detalle de la realidad de Dios presente en los otros, en el prójimo.
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