19 de Abril de 2020
Si no lo veo, no lo creoTodos conocemos bien el texto del evangelio de Juan que nos cuenta la aparición de Jesús cuando Tomás no estaba... Y sabemos bien la respuesta del mismo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos... Y no meto mi mano en su costado..., no lo creo.
¿Cómo es mi fe? ¿Hasta dónde llega?
Nuestras clases de catecismo y de religión, muy a menudo, se han apoyado en los milagros de Jesús y, sobre todo, en su resurrección y las apariciones a los discípulos y poniendo esos signos como base y nuestra fe y vida cristiana se ha quedado en una serie de enseñanzas y conocimientos que no acaban de afectar a nuestra vida de cada día.
Los seguidores de Jesús, a los que llamamos apóstoles siguieron al Maestro con ilusión, imaginando que con Él llegaba el reino de Dios del que iban a formar parte como parte importante (al estilo de lo que ya veían entre los romanos o en su propio pueblo). Lo duro y trágico fue que nunca pudieron imaginar esa parte final: Jesús, acusado, juzgado y condenado a muerte (y muerte de cruz...).
Como comenta Fray Marcos: “Todos lo abandonaron y huyeron”. Eso fue lo más lógico, desde el punto de vista histórico y teológico. La muerte de Jesús en la cruz perseguía precisamente ese efecto demoledor para sus seguidores. Seguramente lo dieron todo por perdido y escaparon para no correr la misma suerte. La mayoría de ellos eran galileos, y se fueron a su tierra a toda prisa. La muerte en la cruz no pretendía solo matar a la persona sino borrar completamente su memoria..."
Hubo todo un proceso de reflexión, de memoria y de iluminación. Los evangelios reflejan, en la forma que en aquel tiempo podían explicar y entender mejor, su verdadera conversión. Después de todo lo pasado tuvieron que volver sobre las huellas de Jesús de Nazaret. Viene bien releer, en el evangelio de Lucas, el pasaje de los discípulos de Emaús (cap. 24). El reino de Dios fue adquiriendo su verdadera dimensión y profundidad y las comunidades de seguidores que se formaron se hicieron fuertes en la memoria del Señor y en la fracción del pan y dieron a su vida un estilo de fraternidad, de poner en común y compartir. Y recordaron todo lo que pudieron: parábolas, signos especiales, actitudes, consejos... y la insistencia en la compasión y atención hacia los más pequeños, hacia los humildes y débiles...
Todo el lenguaje de la Pascua está lleno de signos y momentos de alegría, de paz reencontrada, de la presencia de Jesús que les fortalecía y les animaba a seguir.
Entonces entiendo que mi fe tiene como referencia, ante todo, a Jesús mismo (su vida, su manera y estilo) y su proyecto (el reino de Dios). Eso que llama Buena Noticia y para la que me pide conversión = cambio total de la manera de plantear mi propia vida. Algo que puede muy bien provocar consecuencias y problemas, por no decir sufrimientos y dificultades. A Jesús le costó la vida y los evangelios lo cuentan ampliamente. Lo que ocurre es que, además de la pasión y muerte, nos cuentan su experiencia de Pascua: Jesús está vivo, su proyecto sigue adelante. Si nosotros vivimos como él, si hacemos realidad la fraternidad y el mundo nuevo que nos explicaba, él está en medio de nosotros. Y ellos lo vivieron y lo experimentaron. Y así lo predicaron por todas partes.
A partir de ahí, la pregunta que me hago es ésta: Cuando pienso mi fe, cuando trato de explicarla, ¿hablo de mi experiencia de Pascua o me refiero a la doctrina del Catecismo, a las enseñanzas que he recibido?
José Antonio Pagola escribe esto en su comentario de este domingo:
"¿Hasta cuándo podremos seguir defendiendo nuestras doctrinas de manera tan monótona y aburrida, si, al mismo tiempo, no experimentamos la alegría de «vivir en Cristo»? ¿A quién atraerá nuestra fe si a veces no podemos ya ni aparentar que vivimos de ella?..."
Mi experiencia de Pascua tiene que ir, necesariamente, acompañada de la paz y la alegría de reencontrar al Maestro. Algo que nuestras comunidades (grandes o pequeñas) deben tener como seña de identidad. Hemos visto al Señor, explican las mujeres. Lo mismo los discípulos. También los de Emaús.
Que la paz y la alegría de la Pascua nos marque y nos dé todo el ánimo en estos tiempos.
Texto del evangelio de Juan (20,19-31)
No hay comentarios:
Publicar un comentario