14 de Abril de 2019
Inma Calvo nos ofrece esta presentación: "Este Domingo de Ramos leeremos el relato de la pasión según Lucas, con su especial punto de vista desde la misericordia. Narrar las últimas horas de Jesús antes de su muerte fue una necesidad para los primeros cristianos, que tenían que dar respuesta al tremendo varapalo que sufrieron: realmente ¿fue un fracaso la pasión y muerte del Maestro? ¿O más bien una lección de cómo se puede vivir con coherencia hasta las últimas consecuencias?..."
Así comenzamos la Semana Santa con una infinidad de versiones y vivencias. Las procesiones, las cofradías, los oficios religiosos, los via-crucis y horas-santas... Y también los muchos que han planificado sus vacaciones a la playa o a la montaña; los que se van a disfrutar de la tranquilidad del pueblo... O simplemente los que se quedan en casa y se enganchan a los numerosos canales de televisión...
¿Qué significa para mi? ¿Qué celebro (si es que celebro algo)? ¿La pasión y la muerte? ¿El dolor, la angustia, el sufrimiento? Sí, creo que las imágenes que hemos visto a lo largo de nuestra vida, de nuestra cultura religiosa, es eso: La pasión y la muerte de Jesús de Nazaret. Las pinturas, las esculturas, todo tipo de representaciones guiadas por las predicaciones de una iglesia de más de dos mil años de tradición nos han llevado a celebrar el final terrible de alguien que proclamaba una gran noticia, nada menos que el reino de Dios...
A aquellas personas que le seguían y confiaban en él y en su proyecto se les hizo tan difícil de asumir que fue necesaria una conversión total, un ver las cosas desde el punto de vista de ese Jesús de Nazaret que vivió centrado totalmente en la "voluntad de Dios", nuestro Padre. Y digo que, quizás, la tradición de la iglesia (y todos nosotros) ha preferido la explicación de que "tenía que ser así", que fue la voluntad de Dios que Cristo muriera por todos nosotros para salvarnos y entonces se hace necesaria la adoración de la cruz y toda la exaltación que ya el mismo San Pablo propone. Aquello de que "Cristo, siendo de condición divina, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo... y se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz..."
Durante todos estos siglos ha parecido una explicación que llenaba de fe y esperanza a todos los seguidores de Jesús de Nazaret: Cristo murió por salvarnos; su pasión y su muerte en la cruz nos han salvado y limpiado nuestros pecados... ¿Qué más podíamos pedir? Pero es realmente así?
Me parece mucho más serio y comprometedor lo que comenta Fray Marcos: "Es un disparate pensar que Dios exigió, planeó, quiso o permitió la muerte de Jesús. Peor aún si la consideramos condición para perdonar nuestros pecados. La muerte de Jesús no fue voluntad de Dios, sino fruto de la imbecilidad humana. Fue el pecado del mundo, el poder y el afán de someter a los demás, lo que hizo inaceptable el mensaje de Jesús. Lo que Dios esperaba de Jesús fue su fidelidad, es decir, que una vez que tuvo experiencia de lo que Dios era, no dejara de manifestarlo a cualquier precio. La muerte de Jesús no fue un accidente; fue la consecuencia de su vida. Una vez que vivió como vivió, era lógico que lo eliminaran..."
Entonces, celebrar la Semana Santa, reflexionar sobre la Pasión, incluso participar en las procesiones, tiene que ser un asumir el proyecto de Jesús de Nazaret y vivirlo con las consecuencias que tenga. Eso supone asumir su modo de vivir y hacer realidad que la persona es más importante que las leyes mismas; que las personas marginadas, las sin papeles, las que apenas si pueden sobrevivir..., todas ellas van por delante de la acumulación de poder y riqueza que vemos en nuestra sociedad. Y asumir que Dios anda, sobre todo, entre esa gente.
"Dios no está solamente en la resurrección, -añade Fray Marcos- está siempre en el hombre mortal, también en el dolor y en la muerte. Si no sabemos encontrarlo ahí, seguiremos pensando como los hombres, no como Dios. Es una lección que no acabamos de aprender. Seguimos asociando el amor de Dios con todo lo placentero, lo agradable, lo que me satisface. El dolor, el sacrificio, el esfuerzo lo seguimos asociando a castigo de Dios, es decir a ausencia de Dios. Las celebraciones de Semana Santa nos tienen que llevar a la conclusión contraria. Dios está siempre en nosotros, pero necesitamos descubrirlo también en el dolor y la limitación..."
Texto del evangelio de Lucas (22,14–23,56)
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