Domingo 29 de Marzo de 2015
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Hemos comenzado la Semana Santa. Y hoy, domingo de Ramos, además del texto de la "entrada en Jerusalén" por el tema de los ramos, hemos escuchado el texto de la "Pasión" del evangelio de Marcos.
Al igual que con otros muchos textos de los evangelios, estamos ya tan acostumbrados a escucharlos que ya no nos llaman la atención. Los hemos elevado a un nivel espiritual, a un nivel religioso que parece más bien una leyenda, una historia antigua que no afecta a nuestras vidas...
Miro la cruz y miro, también, esa barca de inmigrantes africanos que intentan llegar a su "tierra prometida"... Y en ambos casos asalta el mismo grito: ¿Por qué...?
Jesús lo grita desde la cruz misma: "¿Por qué me has abandonado?" Y una gran parte de la humanidad lanza ese grito silencioso: ¿Por qué somos tan despreciados, tan marginados, tan pobres, tan llenos de miseria y de dolor...?
Desde el primer momento Jesús, en su proclamación del reino de Dios, se colocó del lado de los más débiles, de los no importantes, de los humildes y marginados (los enfermos, los leprosos, los impuros de la Ley, los niños, las mujeres...). Y, desde allí, explica y repite que si no nos convertimos, si no cambiamos, no entraremos en el reino de Dios. Que todas esas ceremonias del templo, todos esos ritos, todos esos largos rezos no servirán de nada si cambiamos nuestros estilo y nuestra relación con las personas más débiles y marginadas... Esos que llamamos impuros, que no saben nada de religión, que no practican nada de lo que manda la Ley religiosa.
Y los jefes religiosos no se lo perdonaron. Era un blasfemo, un anti-religión, merecedor de la muerte...
La narración de la pasión (en todas sus versiones) contiene el sentido desgarrador con que la vivieron aquellos hombres y mujeres que vivieron con Jesús de Nazaret ("un hombre que pasó haciendo el bien y curando a todos, un hombre bueno en obras y en palabras"). Y Pablo, en un texto de sus cartas, lo hace más espiritual y dice que "no le importó abajarse y hacerse como un de tantos hasta morir como un esclavo en la cruz..."
Y sigue resonando ese "por qué?" de la cruz (y de tantas otras cruces en la vida de muchísimas personas). La impotencia y la derrota; el hundimiento y el fracaso... ¿Por qué?
Me agarro al comentario de José Antonio Pagola: "Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno...
Al igual que con otros muchos textos de los evangelios, estamos ya tan acostumbrados a escucharlos que ya no nos llaman la atención. Los hemos elevado a un nivel espiritual, a un nivel religioso que parece más bien una leyenda, una historia antigua que no afecta a nuestras vidas...
Miro la cruz y miro, también, esa barca de inmigrantes africanos que intentan llegar a su "tierra prometida"... Y en ambos casos asalta el mismo grito: ¿Por qué...?
Jesús lo grita desde la cruz misma: "¿Por qué me has abandonado?" Y una gran parte de la humanidad lanza ese grito silencioso: ¿Por qué somos tan despreciados, tan marginados, tan pobres, tan llenos de miseria y de dolor...?
Desde el primer momento Jesús, en su proclamación del reino de Dios, se colocó del lado de los más débiles, de los no importantes, de los humildes y marginados (los enfermos, los leprosos, los impuros de la Ley, los niños, las mujeres...). Y, desde allí, explica y repite que si no nos convertimos, si no cambiamos, no entraremos en el reino de Dios. Que todas esas ceremonias del templo, todos esos ritos, todos esos largos rezos no servirán de nada si cambiamos nuestros estilo y nuestra relación con las personas más débiles y marginadas... Esos que llamamos impuros, que no saben nada de religión, que no practican nada de lo que manda la Ley religiosa.
Y los jefes religiosos no se lo perdonaron. Era un blasfemo, un anti-religión, merecedor de la muerte...
La narración de la pasión (en todas sus versiones) contiene el sentido desgarrador con que la vivieron aquellos hombres y mujeres que vivieron con Jesús de Nazaret ("un hombre que pasó haciendo el bien y curando a todos, un hombre bueno en obras y en palabras"). Y Pablo, en un texto de sus cartas, lo hace más espiritual y dice que "no le importó abajarse y hacerse como un de tantos hasta morir como un esclavo en la cruz..."
Y sigue resonando ese "por qué?" de la cruz (y de tantas otras cruces en la vida de muchísimas personas). La impotencia y la derrota; el hundimiento y el fracaso... ¿Por qué?
Me agarro al comentario de José Antonio Pagola: "Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno...
Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un despreciable esclavo, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas..."
Trato de seguir el camino y estilo de Jesús de Nazaret y percibo que no es un "camino de triunfos y de éxitos". Que, en nuestra sociedad, elegir el lado de los no importantes, de los débiles y marginados, de los que tienen menos... no termina en un reconocimiento o en una proclamación de premios. Y siento, también, que en el fondo de mí siempre aparece ese grito y esa pregunta: ¿Por qué? Sin más respuesta que la fe y la confianza en aquel al que Jesús llamó "padre" (Abbá = papá) sin entender bien qué es o cómo es...
Creo que vale la pena intentar seguir los pasos de Jesús. A pesar de todos los por qués. Y estos días de Semana Santa quiero fijarme de una manera especial en la cruz y prestar mayor atención al grito silencioso de tantos hombres y mujeres que reviven en su carne toda la pasión de Dios en sus criaturas.
Trato de seguir el camino y estilo de Jesús de Nazaret y percibo que no es un "camino de triunfos y de éxitos". Que, en nuestra sociedad, elegir el lado de los no importantes, de los débiles y marginados, de los que tienen menos... no termina en un reconocimiento o en una proclamación de premios. Y siento, también, que en el fondo de mí siempre aparece ese grito y esa pregunta: ¿Por qué? Sin más respuesta que la fe y la confianza en aquel al que Jesús llamó "padre" (Abbá = papá) sin entender bien qué es o cómo es...
Creo que vale la pena intentar seguir los pasos de Jesús. A pesar de todos los por qués. Y estos días de Semana Santa quiero fijarme de una manera especial en la cruz y prestar mayor atención al grito silencioso de tantos hombres y mujeres que reviven en su carne toda la pasión de Dios en sus criaturas.
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 14, 1–15, 47