Este artículo de José Mª Rivas me parece muy bueno y una reflexión que hace falta que se haga en la comunidad cristiana... Pablo, por muy importante que fuera en su momento, habla y escribe como judío, con una cultura y una tradición que está bien lejos de poder ser entendida hoy en día... Y todos sus argumentos, a mi modo de entender, pecan de lo mismo. Por eso me parece en se utiliza demasiado como ejemplo y como argumento para ser seguidores de Jesús de Nazaret... Gracias, José Mª.
JOSÉ Mª RIVAS CONDE, CORIMAYO@telefonica.net
MADRID.
ECLESALIA, 15/04/13.- Desvelada la condición alegórica de Adán y Eva, no se ve cómo pueda mantenerse el paralelismo entre Adán y Jesús, formulado en Rom 5,12-21. Aun entendiendo al primero como síntesis simbólica de todos los hombres, no se salvaría la inserción en la realidad de lo que son piezas de una alegoría. Ninguna pierde su condición de “invención” literaria por tener ésta finalidad catequética.
La cuestión aquí entonces es cómo entender estos versículos de la Escritura.
Pienso que lo único asumible en este pasaje como contenido de la Revelación, es el carácter salvador de la figura y obra de Jesús. Pero no el paralelismo “entre la desobediencia de uno solo y la obediencia de otro solo” (vv. 18-19), con el que Pablo trata al parecer de explicarlas y enaltecerlas. Los mimbres con que lo tejió son simple herencia de su judaísmo natal y de su educación farisaica.
Aun más: sin apelar de entrada a la falsedad de tales mimbres, sino dándolos inicialmente por ciertos, el paralelismo no presenta en sí mismo más valor que el de una reflexión desafortunada e ilógica de creyente enfervorizado.
Porque desde ellos mismos lo propio sería decir que la riada de muerte dejada por el supuesto pecado de Adán, no tiene ni punto de comparación con la estela de salvación lograda por la Redención. Tanto, que puestos a valorar ambas en lo relativo a su eficacia más perceptible, hasta se podría contestar a Pablo, aunque le chirriara a alguno: “¡Valiente pamema de salvación que anuncias!”.
Según el propio pasaje en efecto, la humanidad entera quedó arrasada por ese pecado de forma férrea e inexorable. Sin dejar escape a nadie. Tanto, que de la muerte, afirmada consecuencia de ese pecado, no se libra absolutamente nadie. Ni siquiera los hombres anteriores a la Ley mosaica, que Pablo considera libres de delito. Es decir, de pecado personal imputable.
La falta de delito la basa el Apóstol en el hecho de no haber estado aún promulgada la Ley judía en el tiempo de esos hombres, y en el de no haber pecado ninguno de ellos «a imitación de la trasgresión de Adán» (vv. 12-14). Esto es: violando el supuesto precepto inicial de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Parece que a tenor de la formación recibida, era el único que juzgaba promulgado antes de la Ley mosaica.
Dado lo inaceptable de la identificación paulina entre delito y pecado, muy propia de las sociedades teocráticas, y lo descabellado de su traslado al ámbito de lo divino, parecería más acertado que hubiera dejado de lado la realidad de esas muertes, como fundamento de la firmeza y universalidad del «por el delito de uno solo, todo remata en condenación para todos» (v. 18). Parece que hubiera sido preferible asentarlo sobre la realidad de no librarse de la muerte, ni los que con toda seguridad carecen de delito y pecado imputable. Como son los niños que mueren antes de tener capacidad para cometer pecado personal. [...] (sigue en eclesalia.net ).
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