"Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos"
Mientras participaba en la eucaristía de este día no dejaba de reflexionar sobre el camino que he ido haciendo a lo largo de mi vida. Me refiero a ese camino siguiendo las huellas de Jesús de Nazaret.
Y hoy es un día que se presta a ello.
Fiesta del Cuerpo de Cristo.
Y desde aquellos días de preparación a mi Primera Comunión... con el catecismo (como se decía en aquellos tiempos) en el colegio de las monjas, la primera confesión... cuando le preguntaba a mi mamá qué tenía que confesarme. Y toda la emoción que suponía para nosotros, niños, llevar el traje de comunión, el librito de misa y el rosario...; la fiesta que se montaba a nuestro rededor; los pequeños regalos...
Después vendría aquello de ir a la misa de comunión con mamá, arrodillarme junto a ella y escuchar cómo me sugería lo que tenía que rezar y por quién tenía que pedir (arrodillado, después de comulgar).
Todo un recorrido, a lo largo de mi vida, en torno a la misa, a la comunión... y, claro, a la confesión también. Porque tenía clavada en mi conciencia la mancha del pecado, de los muchos pecados y faltas que uno cometía continuamente.
En tono más intenso todavía, mi paso por el altar con todo el ceremonial de las órdenes recibidas, siendo protagonista de ese "misterio de fe" que se celebraba ante y para el pueblo... Como actor protagonista se profundizaba, más si cabe, esa conciencia de "no ser digno" de entrar en lo sagrado, de acercarme a Dios mismo...
Lentamente he ido perdiendo esa visión de lo sagrado. Diría que ha ido desapareciendo el misterio. La eucaristía y la confesión han perdido ese aspecto de "paso de control" antes de entrar a la sala preferente... de Dios (en el sacramento).
En la eucaristía en la que participo (debido a la edad de la mayoría de participantes) siento como si rebobinase la película y volviera a ver las gentes de hace 50 ó 60 años... Señoras mayores, jubilados y pensionistas que reviven sus mejores momentos "eucarísticos" rezando y entonando canciones de aquella época. Y me uno a ellos como lo hacía con mamá que me guiaba y aconsejaba al ir a misa, al comulgar, al rezar. No es que me dé pena; pero me duele que la comunidad cristiana sea, ante todo, rezadora y no seguidora de la dinámica del evangelio, del camino de Jesús.
Y trato de vivir la eucaristía como el mejor momento de comunión de hermanos que quieren seguir a Jesús de Nazaret, que hemos entendido la buena noticia del reino, que comprendemos que tenemos que dar la vuelta (convertirnos) para hacer un mundo nuevo, justo, solidario, más humano... Una eucaristía en la que tratamos de asumir que sólo en partir y repartir nuestro pan y nuestra vida con los demás (sobre todo con los que nuestro mundo más desprecia y olvida) podemos captar, de verdad, esa buena noticia. Y descubrimos cómo Dios se encarna, se humaniza y se hace real en esos hermanos... Y al actuar de esa manera vamos entrando en el reino de Dios...
Todo lo demás me sobra.
Las procesiones de hoy (con todas las explicaciones posibles).
Los muchos adornos, ritos y ceremonias.
Los largos rezos, adoraciones, "horas santas".
Todo ese lenguaje, para mí antiguo, del sacrificio, del altar, de los sacerdotes...
Incluso eso que hacemos de celebrar la eucaristía "como si fuera" una comida y una bebida... Que, al final, es sólo como un dibujo de la misma... en la que se nos da un pan que no es pan y el vino lo bebe únicamente el sacerdote.
Añadiría, también, que en nuestra reunión de eucaristía nos convertimos en pequeños alumnos que atienden pacientemente las indicaciones del sacerdote... y en la que podemos decir: "Amén".
Lejos andamos de la "mesa común", del diálogo, del comentario de la fe, de la familia que reflexiona sobre las incidencias de la vida, sobre la presencia de Jesús, sobre el encuentro de Dios en los más débiles...
Así y con todo, seguiré con mi eucaristía, con ese recuerdo "presente" de las generaciones anteriores que viven y recuerdan lo que aprendieron cuando eran niños, con mi deseo de seguir las huellas de Jesús de Nazaret y con mi esfuerzo por hacer real en mi vida "la mesa común" y partir y repartir mi pan y mi vida con los hermanos... Es mi manera de comulgar con todos los que deseamos esa comunidad que siente el mensaje de Jesús como algo vivo que bulle dentro de nosotros y que va mucho más allá de todo rito y ritual...
Mientras participaba en la eucaristía de este día no dejaba de reflexionar sobre el camino que he ido haciendo a lo largo de mi vida. Me refiero a ese camino siguiendo las huellas de Jesús de Nazaret.
Y hoy es un día que se presta a ello.
Fiesta del Cuerpo de Cristo.
Y desde aquellos días de preparación a mi Primera Comunión... con el catecismo (como se decía en aquellos tiempos) en el colegio de las monjas, la primera confesión... cuando le preguntaba a mi mamá qué tenía que confesarme. Y toda la emoción que suponía para nosotros, niños, llevar el traje de comunión, el librito de misa y el rosario...; la fiesta que se montaba a nuestro rededor; los pequeños regalos...
Después vendría aquello de ir a la misa de comunión con mamá, arrodillarme junto a ella y escuchar cómo me sugería lo que tenía que rezar y por quién tenía que pedir (arrodillado, después de comulgar).
Todo un recorrido, a lo largo de mi vida, en torno a la misa, a la comunión... y, claro, a la confesión también. Porque tenía clavada en mi conciencia la mancha del pecado, de los muchos pecados y faltas que uno cometía continuamente.
En tono más intenso todavía, mi paso por el altar con todo el ceremonial de las órdenes recibidas, siendo protagonista de ese "misterio de fe" que se celebraba ante y para el pueblo... Como actor protagonista se profundizaba, más si cabe, esa conciencia de "no ser digno" de entrar en lo sagrado, de acercarme a Dios mismo...
Lentamente he ido perdiendo esa visión de lo sagrado. Diría que ha ido desapareciendo el misterio. La eucaristía y la confesión han perdido ese aspecto de "paso de control" antes de entrar a la sala preferente... de Dios (en el sacramento).
En la eucaristía en la que participo (debido a la edad de la mayoría de participantes) siento como si rebobinase la película y volviera a ver las gentes de hace 50 ó 60 años... Señoras mayores, jubilados y pensionistas que reviven sus mejores momentos "eucarísticos" rezando y entonando canciones de aquella época. Y me uno a ellos como lo hacía con mamá que me guiaba y aconsejaba al ir a misa, al comulgar, al rezar. No es que me dé pena; pero me duele que la comunidad cristiana sea, ante todo, rezadora y no seguidora de la dinámica del evangelio, del camino de Jesús.
Y trato de vivir la eucaristía como el mejor momento de comunión de hermanos que quieren seguir a Jesús de Nazaret, que hemos entendido la buena noticia del reino, que comprendemos que tenemos que dar la vuelta (convertirnos) para hacer un mundo nuevo, justo, solidario, más humano... Una eucaristía en la que tratamos de asumir que sólo en partir y repartir nuestro pan y nuestra vida con los demás (sobre todo con los que nuestro mundo más desprecia y olvida) podemos captar, de verdad, esa buena noticia. Y descubrimos cómo Dios se encarna, se humaniza y se hace real en esos hermanos... Y al actuar de esa manera vamos entrando en el reino de Dios...
Todo lo demás me sobra.
Las procesiones de hoy (con todas las explicaciones posibles).
Los muchos adornos, ritos y ceremonias.
Los largos rezos, adoraciones, "horas santas".
Todo ese lenguaje, para mí antiguo, del sacrificio, del altar, de los sacerdotes...
Incluso eso que hacemos de celebrar la eucaristía "como si fuera" una comida y una bebida... Que, al final, es sólo como un dibujo de la misma... en la que se nos da un pan que no es pan y el vino lo bebe únicamente el sacerdote.
Añadiría, también, que en nuestra reunión de eucaristía nos convertimos en pequeños alumnos que atienden pacientemente las indicaciones del sacerdote... y en la que podemos decir: "Amén".
Lejos andamos de la "mesa común", del diálogo, del comentario de la fe, de la familia que reflexiona sobre las incidencias de la vida, sobre la presencia de Jesús, sobre el encuentro de Dios en los más débiles...
Así y con todo, seguiré con mi eucaristía, con ese recuerdo "presente" de las generaciones anteriores que viven y recuerdan lo que aprendieron cuando eran niños, con mi deseo de seguir las huellas de Jesús de Nazaret y con mi esfuerzo por hacer real en mi vida "la mesa común" y partir y repartir mi pan y mi vida con los hermanos... Es mi manera de comulgar con todos los que deseamos esa comunidad que siente el mensaje de Jesús como algo vivo que bulle dentro de nosotros y que va mucho más allá de todo rito y ritual...
Evangelio: Mc 14,12-16.22-26
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.» Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.» Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.
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