19 de febrero 2012 - 7º domingo tiempo ordinario
"Hijo, tus pecados quedan perdonados..."
Confieso que después de tantos años en la iglesia escuchando las explicaciones, los sermones y aclaraciones teológicas, eclesiásticas y bíblicas, la lectura de este texto de Marcos me empuja a "admirar" el poder de Jesús de Nazaret... La curación de ese paralítico, la respuesta a los que creen que blasfema porque se atribuye algo que "sólo Dios puede hacer..."
Trato de leerlo con sencillez, con la mirada del que escucha a Jesús por primera vez, y hago el esfuerzo de situarme entre el grupo, en aquella sociedad, en aquellas condiciones culturales...
Marcos nos relataba el encuentro con el leproso... (con su exclusión social y religiosa, con su "castigo" y su alejamiento). Y Jesús sintió lástima, le tendió la mano, lo agarró... "Si quieres, puedes limpiarme". "-Quiero..."
El mundo religioso, durante mucho, muchísimo tiempo, ha visto la enfermedad, los males, las desgracias... como una castigo de Dios. Y las instituciones religiosas, podríamos decir, lo han venido explotando de manera que, al final, se proclama la resignación, la voluntad de Dios y que había que aguantar... -Ya sabes, hijo, éste es un mundo de destierro. Hemos venido a sufrir. Tenemos que aguantar. Dios ya nos lo premiará...
Y me atrevo a sugerir que en la respuesta de Jesús de Nazaret no falta la ironía: "Hijo, tus pecados quedan perdonados..."
Si todo eso que te pasa, toda tu enfermedad, tu desgracia es "castigo de Dios", yo te digo que tus pecados quedan perdonados... Que Dios no es eso lo que quiere y no hace falta apelar a la voluntad de Dios, a la resignación, al castigo... Porque lo que importa es otra cosa. La buena noticia del reino de Dios va mucho más allá. El cambio que pide tiene que ver con la compasión, con la solidaridad, con la fraternidad. Un estilo de vida como el de Dios.
Me temo que, dentro de la comunidad cristiana, nos queda mucho de esa manera antigua de pensar. Y dentro de nosotros sigue presente eso de que "sólo Dios puede perdonar..."
La realidad es que si no perdonamos al hermano, no hay perdón posible. Si no tenemos compasión, si no vivimos la solidaridad, si no vivimos como hermanos... no podemos entrar en el reino de Dios.
Pienso que tengo que liberarme del miedo al "castigo de Dios", de pensar que nos castiga con enfermedades, con desgracias, con calamidades, con el paro, con la violencia, con la opresión... porque somos malos.
Es al revés. Somos malos cuando nos falta la compasión, cuando no vemos la opresión, la injusticia, el abandono, el hambre, el abuso de los grandes (y de nosotros mismos)... Y mucha gente (millones de personas en el mundo) sufren tantas enfermedades y desgracias... No nos digamos ni le prediquemos a ellos que es "por su culpa", que es castigo de Dios.
Con nuestra solidaridad, con nuestra fraternidad podremos decirles: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa..." Será el reino de Dios que se hace presente. La liberación de tantos miedos. Dios que se hace presente...
"Para que veáis que el hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados..."
Hemos venido pensando la religión como algo íntimo, entre Dios y yo. Y si algo no iba bien, se resolvía pidiendo perdón a Dios... Así, tan fácil! El dolor, la injusticia y opresión, el olvido y abandono, el menosprecio hacia los más humildes, la vida de tanta gente aplastada... Ésos son los pecados que claman y gritan. A ellos hay que pedir perdón. Rehacer la fraternidad, reinventar la solidaridad, corregir la injusticia.
Poder decir: "levántate!..." Hacerlo... y veremos cómo el poder de Dios llega hasta nosotros los hombres.
De nuevo, se me queda grabada la mirada de compasión de Jesús de Nazaret, el sentido profundo de su estilo de vida y el camino para entrar en el reino de Dios.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (2,1-12):
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados quedan perdonados.»
Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: «¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?»
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico “tus pecados quedan perdonados” o decirle “levántate, coge la camilla y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…»
Entonces le dijo al paralítico: «Contigo hablo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.»
Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto una cosa igual.»
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