22 de enero 2012 - 3º domingo tiempo ordinario
«Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Con cierta frecuencia me sucede que textos como el de hoy, tan conocidos y escuchados, los siento como en otra dimensión, con otra luz.
Los encuentros con Jesús de Nazaret eran momentos de gran intensidad y el impacto recibido permaneció grabado en la mente y en el corazón de aquellos hombres y mujeres.
En el evangelio de Juan se recordaba aquella primera vez... "Dónde vives?" -"Venid y lo veréis..." Y se quedaron con él.
Hoy, es la palabra dirigida a los hermanos Simón y Andrés, Santiago y Juan: "Venid conmigo y os haré pescadores de hombres..."
En nuestras comunidades cristianas de hoy se comenta todo esto como la "vocación" de los apóstoles o de los sacerdotes y religiosos... Y se reza por que haya más vocaciones al sacerdocio, a la vida religiosa. También se nos habla de la "conversión", que es algo que tenemos que ir haciendo cada día si queremos entrar en el reino de Dios, si queremos salvarnos.
Supongo que todo eso es correcto, que con Jesús se nos anuncia la Buena Noticia y que si queremos participar de ella tenemos que convertirnos.
Sin embargo ésta es mi lectura y lo que siento al escucharla.
"Se ha cumplido el plazo". Es como decir: No esperéis más. No miréis a otro lado. Porque el reino de Dios no va a llegar como un gran acontecimiento, una gran fiesta o una gran batalla... No! "El reino de Dios está cerca" y como dirá Jesús en otra ocasión: "el reino de Dios está en medio de vosotros"...
Me atrevería a decir que ni siquiera tengo que mirar a la iglesia como institución, a los grandes doctores y predicadores, a las manifestaciones y organizaciones espectaculares. No! El reino de Dios está cerca de nosotros.
"Convertíos y creed en el evangelio". Cambia y cree la buena noticia: que Dios se hace carne entre nosotros, que se identifica con los hombres y mujeres que nos rodean, sobre todo, con los más humildes y desvalidos, con los empobrecidos y desamparados, con los indigentes e ilegales... Que Dios nos quiere por encima de todo y que su gran ilusión, su plan y proyecto, es una humanidad justa, solidaria, de hermanos...
Y a eso tenemos que convertirnos, cambiar nuestra mente y nuestro corazón para ser capaces de ver a Dios hecho carne entre nosotros.
Nuestra "conversión", con perdón de los doctores y sabios, no es una conversión a Dios, como tampoco nuestro amor es amor a Dios (a quien no vemos)... Es una conversión a los hermanos.
Y ahí viene el llamado que hace Jesús de Nazaret: "Venid y os haré pescadores de hombres".
¿Cómo decirlo? Entiendo que esa llamada o vocación es, ante todo, hacia los hombres y mujeres para que entendamos que lo que importa no es "pescar peces"... sino ser solidarios con los otros, "pescar hombres", convertirme en hermano, en alguien que mira con la ternura de Dios y que siente en su propio corazón lo que viven, aguantan y sufren, los otros.
Entonces ese llamado o vocación no es algo que sea específico de tales hombres o mujeres (sacerdotes, religiosos o religiosas). No, creo que es una vocación de todos los que queremos seguir a Jesús de Nazaret. Y así nos convertimos en "pescadores" o en la "sal" o en la "levadura" que consigue cambiar este mundo que nos ha tocado, "pescar a hombres y mujeres" de su propia desesperanza o desesperación, de su dolor o de la violencia que sufren, de su desánimo y falta de salidas...
Porque seguir a Jesús de Nazaret es "creer en el evangelio", en la buena noticia... Buena, estupenda, maravillosa... que nos llena de optimismo a pesar de todo lo que nos ocurre.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,14-20):
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
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