7 de noviembre - 32º domingo del tiempo ordinario
"Dios de vivos"
Hubo un tiempo, en nuestra sociedad, en el que no se podía hacer nada sin contar con Dios, con la iglesia, con sus ministros.
En los tiempos antiguos se consultaba al adivino, al brujo o a los sacerdotes de los diferentes templos y religiones. Acontecimientos familiares, trabajos del campo, viajes, enfermedades, estudios, compras y ventas, decisiones que tomar, elecciones en las que decidir...
Todavía hoy en día quedan personas, sobre todo mayores, que en sus oraciones repasan su lista de peticiones y encomiendas.
Como contraste el mundo de hoy, nuestra sociedad, tiene un marcado acento de incredulidad. Cierto que a casi todos les gustaría poder asegurar su vida y los eventos que le afectan. También es verdad que se echa mano del tarot, de las cartas, de adivinadores e incluso de nuevas religiones que parecen prometer cierta seguridad... Pero en una gran mayoría no es el caso.
Se pasó de poner todo en manos de Dios y de sus santos y santas a una duda existencial que termina siendo un interrogante sin respuesta.
¿Por qué?
Me pregunto si no nos habíamos quedado en las afueras de la iglesia y en la costra de la institución.
A mayor conocimiento de lo humana que es (la institución), más dudas se generaban en nuestro interior. Su respuesta a nuestras dudas perdía fuerza y su lenguaje nos resultaba tan alejado de la realidad que, poco a poco, fuimos dejando de pedir y preguntar.
Y Dios se fue alejando (o lo alejamos nosotros) junto con la institución, sus normas y ceremonias.
Al final nos parecemos a los saduceos que le preguntaban a Jesús... Es una pregunta como de chiste: -"Si se ha casado con los siete hermanos, de quién será la mujer en la otra vida?"
Seguro que a nosotros se nos ocurren muchas otras preguntas parecidas:
-Qué pasa después de la muerte?
-Y nuestro cuerpo?
-De verdad resucitaremos?
-El cielo es realmente un lugar?
Y no terminaríamos nunca...
Jesús no les da una respuesta a su pregunta. Y creo que tampoco es importante que respondan a cuestiones como las que se me ocurren... Lo importante, creo yo, es la afirmación clara de Jesús: "Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos..."
Y cada uno de nosotros debería escuchar bien esa palabra y aplicarla a su propia vida.
Si Jesús les dice que es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob..." nosotros podemos entender que nos dice: "Es el Dios de mis padres, de mis abuelos, de toda esa larga familia que ha vivido antes que yo..."
Y no responde a esas cuestiones de lugar, de cuerpo, de nuestra carne, de las circunstancias...
A Dios le importa la vida, mi vida, tu vida... la que tengo entre manos.
No sabemos a dónde vamos (exactamente el lugar, el cómo, cuándo, de qué manera). Tampoco supimos de dónde veníamos. Nos basta con saber que vinimos, que llegamos, que nacimos a esta vida.
Nos la dieron como un regalo, totalmente gratuito (como una gran entrega de amor) y lo que se nos pide es que la vivamos así, al estilo de Dios (al estilo de Jesús que anuncia su Reino)... Todo lo demás se nos dará por añadidura. Como un bebé que vive confiado en brazos de su mamá.
Creo que si alcanzamos a sentir de esa manera experimentaremos una gran paz y la serenidad más grande que podamos desear. Experimentar que estamos en manos de Dios. El sabe bien de nosotros y de nuestra vida. Aunque yo me olvide rezarle...
Especialmente hoy en día es importante que vivamos con intensidad que Dios es fuente de vida, que nuestra vida es un regalo suyo, que mi vida es un regalo para los demás y que mi vida se encamina hacia su fuente que Dios. El Dios de la vida. Dios de vivos.
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